Hoy, en el pleno uso de mis facultades sentimentales, quiero expresar mi inconformidad con todos los discursos del mundo.
Y es que los discursos comunes son grabados y estudiados, para analizar los mensajes que los componen, las intenciones que revelan, los propósitos que persiguen, las acciones que provocan. Los discursos comunes se dicen frente a una grande y desconocida multitud, con la que únicamente se comparte un malicioso intercambio de ilusiones. Los discursos comunes son complejos y este es un discurso simple. Este no es un discurso común, ya que los discursos comunes hablan de principios y yo no quiero hablar de principios, yo quiero hablar de finales, de los finales a los que vengo a declararles mi deslealtad.
Me opongo rotundamente a la invasiva tristeza que provoca la muerte y a los nudos en la garganta que solo logran desatar las lágrimas. Me opongo a las palabras de pésame, porque ninguna logra describir el peso de la muerte. Incluso, me opongo a llorar por los muertos, porque de ellos solo podré llorar el recuerdo. En todo caso lloraré por los vivos, por esos que te obligan a vestir de negro en los funerales, para evitar que manches de olvido tu ropita de color.
Bajo ninguna circunstancia apoyaré las despedidas forzadas, repentinas y fallidas. Mucho menos accederé a ser la ingenua cómplice que espera “el regreso”. Antes, mucho antes partiré yo y aunque tenga la certeza de que tardarán mucho en notar mi ausencia, guardaré silencio, de ese silencio que grita y calla al mismo tiempo.
Asimismo denunciaré con mi indiferencia las esporádicas manifestaciones de atención, las fugaces apariciones en mi vida, las desequilibrantes e inoportunas confesiones, los “te quiero” callados, despechados, aburridos y mentirosos. Los abrazos contenidos. Los “te extraño” monótonos que no hacen más que agrandar la ausencia, la distancia y la soledad.
Me pronuncio en contra de los amores masivos, repentinos y por encargo. Y es que tengo decidido que el mío será un amor de todos los momentos. Es por eso que no creo en los amores selectivos ni de temporada, porque los usan para lucir y verse bien un rato, pero el que queda gastado es el corazón.
Hoy también renuncio a celebrar tragedias, llorar alegrías, cantar desilusiones, escribir engaños, memorizar mentiras, enterrar esperanzas, borrar memorias y a sufrir por secretos ajenos. A partir de este día desisto de ser quien esperan que sea, para convertirme en quien creo y deseo ser.
Me le rebelo a la desgracia, al conformismo y a la mediocridad. A la falta de espontaneidad, de detalles, a la resignación. Con orgullo y emoción le declaro la guerra al pesimismo, porque señoras y señores, no sé ustedes, pero yo no quiero volver a vivir ninguno de estos finales.