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12 enero 2011

Primer acto

Las palabras se desplazaban como vómito verbal durante una absurda agonía literaria, en la que se quejaba de una desdicha que se empeñaba en considerar ajena, cuando con cada negación, la volvía aún más propia. Como toda idealista, soñaba con un “nosotros” esencialmente romántico. Debía estar dotada de una profunda e irremediable resignación o de una maldita terquedad, que le hacía incluir a todos en sus ridículos anhelos de vida, olvidando de manera repentina, los recurrentes desplantes de sus inestables identidades. Orgullos suspendidos en la entrañable y podrida atmósfera de una realidad reciclada, donde todos esos sentimientos fermentados, no crean más que un amor que embriaga de solitarios olvidos, a ese huérfano rincón de oscuridad que precede el encuentro del sol y de la luna.
Mientras la luz parpadeante le envejece la madrugada, los motivos fluctúan, entre la esperanza y el capricho, el deseo y la necesidad. Se dejan ver como evidencia inoportuna, un par de lágrimas sin secar, que dan indicio de cómo se le endureció el alma y de cómo perdió el suspiro.

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