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12 julio 2010

Señores:

Basta ya de hablar de lo que nos sucede como si fuéramos ajenos a ello, pretendiendo ser espectadores de esta triste historia, de la que negamos ser protagonistas y colaboradores. Ya es hora de dejar la indiferencia y permitirnos unos a otros crecer, sin tendencias, sin colores, sin amarguras que consuman las escuálidas esperanzas que nos quedan. Dejemos ya esas críticas infructuosas que se valen de la palabra para herir y matar las ilusiones ajenas, argumentando que no son más que absurdas fantasías. Son mi sangre y mis principios los que no me permiten aceptar que el fatalismo se apodera de mi gente.

Yo quiero ver hablar a los expertos en los grandes programas de opinión del país, quiero verlos exasperarse pero de indignación y dolor por la tragedia del pueblo y no solo por conflictos partidistas o legales. Más enriquecedora que su asistencia a esa hora y pico de programa, sería atender las consultas y los problemas de la gente real en las comunidades. Quisiera que aprendieran que la palabra pobre es más que un calificativo, una clase o una circunstancia socioeconómica, quisiera que cada vez que mencionaran a la pobreza, recordaran el rostro de un niño, de una madre, los nombres y el apellido de una familia y no solo la simple palabra que encabeza la lista de los principales males de esta nación.

El hambre, el frío y la falta de un hogar no conocen la diplomacia señores, ni entienden los eufemismos con los que ustedes se refieren a ellos. Acabemos de una vez con todos esos discursos políticos que tan solo son creados en la dinámica y superficial atmósfera mediática y no en la auténtica convicción de la necesidad humana y social. 


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